martes, 1 de febrero de 2011

Polvos y lodos

En el presente mandato municipal están teniendo lugar una serie de acontecimientos que están llamados a repercutir, negativa y obstinadamente, en el devenir del municipio.


Casi todos ellos tienen su origen en el Pacto que activaron el PP y el Par tras las últimas elecciones municipales. Pero más concretamente, en el perfil y las aspiraciones que sostienen los artífices de ese arreglo virtual que nunca llegó a suscribirse, pero que, sin embargo, no ha dejado de materializarse, desde que se constituyó la actual Corporación. Hablamos, lógicamente de Larqué, actual alcalde, y Nasarre Sus, el tercero de una saga de hermanos que accede a un gobierno municipal conformado por los partidos de la derecha.

Pero vayamos con el pacto, arreglo, apaño o como lo queramos denominar.

El hecho de que no conste documento suscrito de compromisos ni referencia a programa alguno o plan de acción conjunta, nos hace situar los fines del mencionado entendimiento en el plano de los intereses personales.

El paso del tiempo no ha puesto al descubierto nada nuevo que no supiéramos de Larqué. Pero sí que nos ha advertido acerca de cuál es la exclusiva motivación que impulsa el quehacer del socio. En el caso del primero, era y es de sobra conocido, que nada puede hacerle más feliz que permanecer donde está. Es decir, estar y continuar de alcalde. Y en el del segundo, no es otra que obtener todo el beneficio personal posible de su paso por el Ayuntamiento. Para eso quieren ellos el poder.

Estas dos circunstancias, conocidas por la mayor parte de la ciudadanía, han venido a aflorar otro problema: la actitud acomodaticia de los administrados que, o bien no se enteran o, sí lo hacen, vuelven la mirada hacia otro lado. Aunque también existe la posibilidad de que lo vean, se enteren y, además, les parezca bien lo que contemplan. Todos los cuales supuestos constituyen un problema serio para la izquierda de Zuera que se identifica con el PSOE. Pero, éste es otro tema.

Esta situación de partida, lo trastoca todo y afecta a lo más hondo de la Administración Municipal: a sus fundamentos. Es decir, a su función, a sus objetivos, a su organización, a la financiación, a las relaciones laborales, etc...O sea, a todo el Sistema. Razón por la cual nos hallamos ante un verdadero punto de inflexión, tras el cual se vislumbra un futuro a la deriva, y todo ello, por razones en absoluto achacables a la crisis, sino al desbarajuste introducido por dos personas en el Ayuntamiento.

Este hecho en sí mismo ya constituye una degeneración del objeto primordial que debe regir la actuación de cualquier administración y que no es otra que perseguir aquellos fines que mejor se adaptan a las necesidades, las expectativas y los derechos de los administrados.

Si bien se sigue manteniendo una actuación municipal visible ante los ojos de los ciudadanos, aunque sea de bajo nivel, ésta carece de encaje en un proyecto global y por lo tanto está sometida a una permanente improvisación. De ahí que sea inevitable que todo cuanto se hace o se deja de hacer, adquiera carácter de verdadera coartada. Ya que más allá de las actuaciones, obras y escenificaciones, lo que verdaderamente prevalece como objetivo a alcanzar son los intereses de los dos accionistas en cuestión. Más escandalosos, por la cosa del sueldo y los abusos, los del socio y más deplorables en el caso del alcalde, que está dispuesto a soportar todo tipo de mentiras y humillaciones con tal de no ver amenazado su cargo.

Al no existir entre las partes un “fin común al servicio de la comunidad”, la primera consecuencia que se deja ver es la parcelación del sistema de gestión. Todo el mundo sabe que en Zuera hay dos Ayuntamientos y, de facto, dos alcaldes cuyas relaciones son las mismas que se establecen entre el paciente y el dentista en aquel famoso chiste de vascos. En Zuera, se sufre por la situación, pero fuera, se burlan de nosotros.

La mencionada parcelación está provocando múltiples consecuencias a cuál de ellas más perniciosa para el buen funcionamiento de la Administración municipal.

La primera es de carácter desintegrador o, si se prefiere, desvertebrador. Se ha roto la estructura de gestión y la unidad de acción y en su lugar, han aparecido grupos de trabajo estancos, no vinculados ética y profesionalmente al municipio, sino a quienes les contratan y pagan. Por supuesto, con el dinero público. En circunstancias normales el trabajo de políticos, técnicos y empleados del Ayuntamiento es un fenómeno convergente, aúna el esfuerzo de todos y, finalmente, repercute positivamente en el interés general de los habitantes de Zuera. Para volver a regenerar el sistema serán necesarios años de trabajo paciente, honrado y eficiente.

Por otro lado, la falta de directrices y de liderazgos claros, que nada tienen que ver con la detentación del mando al estilo caporal, han terminado por desmotivar a una buena parte de la plantilla de personal, testigos como son de excepción, de esa mezcla nunca suficientemente ponderada de ineptitud y desvergüenza que hoy se ha adueñado de la Casa consistorial.

No es de extrañar que tras la falta de motivación surja la desconfianza y la falta de empatía a todos los niveles: con el mando, con el inmediato superior, con los compañeros de trabajo... Y lo que es peor, con los destinatarios de la gestión que no son otros que los ciudadanos o, si se prefiere, la sociedad de Zuera. Circunstancias que sólo conducen a la frustración y a la devaluación del trabajo efectuado.

Hay un privilegio que acompaña a muchas personas que optan por la Función Pública, cuando verdaderamente creen en ella. No me refiero a su sueldo ni a lo indefinido de su contrato. Me refiero al hecho de obtener a través de su trabajo no sólo una remuneración, limitada, pero justa en términos generales, sino a la satisfacción de intervenir directamente en los procesos que impulsan el desarrollo de nuestro municipio o país y contribuir, de esa forma, al bienestar de nuestros conciudadanos .

En su lugar, los actuales gobernantes han inoculado en las relaciones laborales el veneno de la delación y la fidelización partidista, que día a día va destruyendo los tejidos de las relaciones personales, la solidaridad entre compañeros y el gusto por la eficacia y el trabajo generosamente bien hecho.



Emiliano

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